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Mármoles Pedro Lifante

No es necesario alejarse mucho de lo autóctono y conocido. Tampoco es preciso cruzar aguas internacionales ni mucho menos atravesar fronteras para disfrutar de auténticas joyas de la arquitectura romana. Hoy es un día para dejarse llevar, para cerrar los ojos y avanzar de una sola vez los 600 kilómetros que separan Murcia de Extremadura, con parada obligatoria en Mérida: allí, con más de 2000 años de historia, su Teatro Romano sigue cumpliendo las funciones para las que fue diseñado, constituyéndose como escenario de importantes acontecimientos culturales y musicales, como el prestigioso Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. De hecho, en 1993 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, como parte del conjunto arquitectónico de la ciudad.

Bien es sabido que la Antigua Roma respondía más a sus propios intereses políticos que a los gustos del pueblo romano, que solía acudir a los circos a disfrutar de las carreras de carros y al anfiteatro a observar expectante los violentos combates entre gladiadores y animales (Barroso y Morgado, 1996). No obstante, la autoridad solía utilizar los teatros para publicitarse de una forma eficiente ya no sólo gracias a la majestuosidad de estos edificios, sino a su decoración o, incluso, la posibilidad de transmitir mensajes claros y audibles desde los escenarios. Por su parte, el Teatro de Mérida, promovido por el cónsul Marco Vipsanio Agripa, se inauguró entre los años 16 y 15 a. C. (Barroso y Morgado, 1996), aunque su uso obligaría a practicarle algunas reformas: hacia el año 105 se levantaría el actual frente de escena, que se volvería a reformar entre los años 333 y 335, al igual que la vía que rodea el edificio.

La implantación de la religión cristiana en el siglo IV cambió todo cuanto encontró a su paso, considerando inmoral cualquier representación teatral o musical. Por ello, el edificio dejó de utilizarse, llegando a un estado de abandono deplorable que, con el paso de los siglos, derrumbó y sepultó bajo tierra la mayoría de sus áreas. Este hecho provocó que, durante años y años, únicamente fuese visible la parte más elevada del graderío, con las bóvedas de los vomitorios completamente hundidas y sumergidas en las entrañas de la tierra. Estos siete grandes bloques eran conocidos popularmente como las Siete Sillas.

A principios del siglo XX, José Ramón Mérida dirigió las excavaciones del teatro, con unos muy escasos medios y una metodología no muy acertada. A pesar de ello, el Teatro de Mérida volvía a ver la luz tras siglos de oscuridad, demostrando la conservación de columnas, cornisas, estatuas y otros muchos detalles del frente escénico. No sería hasta los años 60 y 70 del siglo pasado que comenzase a reconstruirse bajo la dirección del arquitecto José Menéndez-Pidal y Álvarez, lo que permitió que el teatro recuperarse su esencia inicial y el sonido de la única verdad que conocía: el del teatro y la música. De hecho, y desde 1993, alberga la puesta en marcha del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, devolviéndole la consideración de ser uno de los edificios que mejor representan los sonidos modos y las formas armónicas de la arquitectura romana (Festival Internacional de Mérida, 2017).

En cuanto a sus características físicas, el Teatro Romano de Mérida fue levantado siguiendo fielmente los tratados de Marco Vitruvio, simulando otras construcciones de Pompeya y Roma. El graderío semicircular aprovecha la pendiente del cerro de San Albín, con una capacidad que, hace dos milenios, alcanzaba los 6.000 espectadores, un número que se ha visto muy reducido debido al grado de deterioro de algunas de sus zonas. Un complejo sistema de arcos y bóvedas de cañón culminan en un total de 13 puertas que facilitaban el acceso y evacuación de los asistentes, mientras la orchestra quedaba pavimentada en mármol blanco y azul (Barroso y Morgado, 1996).

El escenario, pavimentado inicialmente en madera, cuenta con varios orificios en el suelo que servirían para colocar las distintas infraestructuras escénicas. El frente, parte más característica, está formado por un basamento de sillares recubiertos de mármol rojizo, sobre el que reposan dos cuerpos de columnas corintias que combinan distintas tonalidades de azules y blancos. Éstas sujetan un entablamento con arquitrabe, friso y cornisa, ricamente decorados que culminan con un gran revestimiento, también de mármol. Tal y como es posible observar, la Piedra Natural juega un importante papel en este contexto, donde diversas esculturas también se alzan entre columnas (Barroso y Morgado, 1996).

El peristilo, zona ajardinada ubicada tras el escenario, se usaba como área de esparcimiento, donde también se hallan las letrinas e, incluso, una casa construida tras el abandono del teatro. Esta residencia cuenta con un patio rodeado de columnas y pilastras, así como varias habitaciones rematadas con pinturas murales que representan figuras humanas (Barroso y Morgado, 1996).

Falta muy poco para que, durante los meses de julio y agosto, tenga lugar el 63 Festival Internacional de Teatro de Mérida, en un entorno marcado por la arquitectura romana, la piedra natural y el más imponente de los sonidos. En sus últimas ediciones, ha logrado recuperar el público local y consolidar la afluencia turística del resto de España, gracias al desfile de los más prestigiosos profesionales del teatro, nacionales e internacionales, que han pasado a formar parte de su historia. Mérida sigue más viva que nunca, gracias a su esencia romana.

REFERENCIAS  BIBLIOGRÁFICAS

Barroso, Y. y Morgado, F. (1996). Mérida: Patrimonio de la Humanidad y Conjunto Monumental. Mérida: Consorcio de la Ciudad Monumental Histórico-Artística y Arqueológica de Mérida.

Festival de Mérida (2017). Festival Internacional de Mérida [en línea]. Disponible en: http://www.festivaldemerida.es/ (31 de mayo de 2017).

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